sábado, 28 de mayo de 2011

El Secreto

Amor mío:

Según tus palabras, es mejor no guardar secretos y estoy de acuerdo. Me pedís que te cuente todo y realmente quiero hacerlo. Por eso voy a decirte qué pasa cada noche cuando no estás.
Por lo general, ceno y me acuesto temprano. Como sabés, pertenezco al grupo de las alondras. Como siempre, leo algo o miro la tele. Después, apago la luz y espero. Al rato, la llave gira en la cerradura de la puerta de mi cuarto y, si ya estaba dormida, me despierto. Después, escucho los pasos firmes y decididos que atraviesan la sombra y el silencio y llegan hasta la orilla de mis sábanas. Allí se detienen.
Siento como cae, pesadamente, un abrigo sobre la silla y enseguida percibo el roce de la seda al aflojarse el nudo de la corbata. Espero en la oscuridad adivinando como se desabrocha, parsimoniosamente, cada botón. Enseguida, el torso masculino, ya desnudo, está muy cerca. Lo sé, porque el olor de su perfume llegó antes. Después, una mano ansiosa busca mi pelo. Escondo mi rostro en su palma. Con la otra, dibuja mi cuello, mis hombros, mis pechos. Al fin, aferran con firmeza mi cintura. Siento su cercanía y su respiración agitada. En ese momento, yo también me estremezco. Desliza su lengua, abriendo expectativas en mi piel y soy territorio desconocido, su lecho.
El me descubre mordiendo, chupando, lamiendo. En busca de quien sabe qué cosas ocultas, avanza.
Yo me transformo, fluyo y me diluyo, pero enseguida renazco toda nueva entre sus brazos. Cierro los ojos, guardo su imagen y ahora si, al fin, me duermo.

Ya lo sabes. No te oculto más nada. Así, cada noche, cuando la luz de la luna moja tu recuerdo, vuelvo a inventarte para hacer el amor con tu fantasma.
Tuya como siempre: Alba

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