domingo, 21 de agosto de 2011

Carta abierta a los que están criando

Cualquier madre, cualquier padre, quiere lo mejor para sus hijos. Sin embargo,
sin escatimar adrenalina, la TV y los “jueguitos” ofrecen historias que siempre se resuelven apelando al drástico método de golpear y torturar. No podemos evitar que vean la televisión, pero podemos ayudarlos a pensar con otros argumentos. El daño que nos hacemos unos a otros es, sin excusas, lo siniestro, aún cuando quisiéramos suponer que esos tiempos quedaron atrás.
Ellos aprenden de nuestros apremios. Cumplir con los trabajos exigidos “para ayer”, no detenerse hasta no terminar, las comidas rápidas, la repetición, la auto exigencia. Es decir, la tortura cotidiana de nuestros cuerpos sometidos en pos de objetivos perentorios e imprescindibles que deben cumplirse ineludiblemente para ser olvidados indefectiblemente al otro día.
La cultura del éxito devorando nuestra armonía a puro stress, ordenando nuestra vida a fuerza de cumplir con órdenes ajenas.
Uno de los métodos más eficaces, es adjudicar categorías: Lo bueno y lo malo. A continuación, se distribuyen jerarquías, se confunde lo que hacemos con lo que somos y se censura. Sólo queda el recurso de repetir para no errar, adherir a palabras usadas y ajenas, pero seguras. Palabras viejas, cuerpos quietos.
Después, el tiempo borrará los errores, pero no las culpas.
¿Es necesario tanto malvivir para vivir "bien"?

Recuerdo a un actor que, fingiendo ser de otro mundo, con voz profunda lanzaba a la platea: _!OS ORDENO QUE SEÁIS FELICES!

¿No es una paradoja ordenar aquello que sólo se puede hacer en libertad?
¿Y si a pesar de la lógica aceptáramos la orden ? ¿Qué pasaría? ¿Podríamos transformar los mandatos que recibimos cambiando el trato que damos?. Afirmar la vida de hoy para reparar la historia de mañana. ¿Sería posible, o nos sentiríamos como marcianos?
No es fácil convocar palabras para desterrar lo siniestro y menos aún conjurar lo vacuo. Entre los instrumentos de tortura siempre se incluyen cadenas, sogas, nudos porque los cuerpos en movimiento no pueden someterse. Si queremos hijos felices, necesitamos revisar las “grandes verdades” antes de transmitirlas, reaprender lo olvidado: la risa, la danza, la tribu.
Y tal vez obtengamos, en recompensa, la esperanza de que un mundo mejor será posible para ellos.
Un padre que no se resigna.


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domingo, 14 de agosto de 2011

La Decisión

Dpto vista a la calle, obra de Alfredo Moffatt

Querido amigo:

Te asombrarás al recibir esta carta, así que paso a explicarte sus motivos. Desde la época de la Facultad, hace tantos años, cuando conocí a Martha y me enamoré perdidamente de ella, que no sabes mucho de mi. Yo, en cambio, sé todo de ti y de tus éxitos. Leí cada uno de tus libros y asistí a tus conferencias de forma anónima. Sé como piensas, y por la amistad que tuvimos, seguramente no pondrás reparos en cumplir con mis deseos.

Tampoco a mí me fue mal. María y yo nos casamos y fuimos muy felices durante treinta años. Juntos, sembramos en este mundo cuatro hijos y ocho nietos.

Me dediqué a los negocios, primero, para mantener a mi familia, y después, porque encontré un placer lúdico en el riesgo y la apuesta. Soy un hombre de suerte, y como también, modestia aparte, soy bastante inteligente, pude amasar una gran fortuna. Lo acreditan los documentos que hallarás en el sobre adjunto, donde puse todo lo necesario para que cumplas mis deseos. Reparte mi fortuna por partes iguales entre las madres sin recursos con niños pequeños, los poetas y las parejas de jóvenes enamorados que no tienen dónde cumplir su sueño de dormir abrazados toda la noche.

Elijo beneficiar a estas personas con mi legado porque considero que la vida depende exclusivamente de la creatividad humana y, sin embargo, nadie compra nuevos libros de poesía, ni se paga por criar a los hombres nuevos, o armar nuevos hogares.

Querido amigo, dejé dinero suficiente a mis hijos y sus familias para vivir holgadamente por varias generaciones, así que, lo que tienes en tus manos es absolutamente mio y por eso dispongo de ello, antes de dejar este mundo.

No temas, sólo hablo del mundo en el aprendí que cuando el hombre inventó a Dios, quiso convertirse en Él. Construyó templos y exigió ser idolatrado.

Otro día, inventó los libros y quiso ser admirado al abrir la boca, como el tomo de una enciclopedia. Después, inventó las maquinas y volvió a transformarse. Pretendió nunca estar cansado, ni enamorado, ni triste, ser siempre eficaz y exacto.

Pero ese tiempo también pasó, y ahora lo más importante es la mercancía. Para los objetos -nuevos, por supuesto- están dispuestos los mejores sitios en todas las ciudades, llenos de luces y protegidos, tanto del polvo como de los ladrones, entre cristales de seguridad, alarmas, guardias armados, etc.

Cumpliendo con la tradición de parecerse a sus obras, la gente de ahora pretende ser como las mercaderías exhibidas en las vidrieras: Siempre nueva, bonita y codiciada por todos.

Al compararse con las cosas que se compran y se venden, uno mismo empieza a preguntarse cuánto vale. Un método imposible y muy perjudicial, ya que lo definitivo de la venta es el precio, y el precio es lo que el cliente está dispuesto a pagar. Como resultado, nos dedicamos a buscar el aprecio de los demás como medida para evaluar nuestra propia existencia.

Así, todo tiene precio, pero nada tiene valor. Pocas personas pueden decir que hacen lo que realmente quieren con sus vidas, sino aquello por lo que obtienen la mejor retribución posible. Sistema transmitido y estimulado de generación en generación.

¡Qué gran paradoja!: Mientras todos desean hijos felices, se cierra el camino de acceso a la propia felicidad.

Como el dinero es un estímulo muy escaso a cambio de nuestro tiempo, se buscan otras satisfacciones, como gozar de la belleza, una de las principales metas para el ser humano. Lamentablemente, como el buen gusto no viene de nacimiento y la educción artística es escasa, la mayoría se conforma con las cosas bonitas que se ofrecen en los escaparates. Esas mismas que pretendemos igualar.

Los dinerillos que tan esforzadamente se gana vendiendo el propio tiempo -la vida- se pierde compulsivamente en adquirir placeres efímeros, mercadería en serie, que nunca consigue compensar lo entregado a cambio.

Así que, amigo, como te decía al principio, me voy de este mundo. Nada me ata.

¿A dónde? No lo sé, cualquier sitio es bueno. Un ashram en la India, un banco en una plaza. Tanto da. ¡Sólo quiero estar conmigo mismo!

No me busques y no te preocupes por mi, me sé cuidar y tomo esta decisión por mi bien. Yo sé que eres una de las pocas personas que puede entenderlo.

Recibe este afectuoso y agradecido abrazo de tu amigo: Sam Golden.


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martes, 2 de agosto de 2011

El fin del mundo

Querido Juan:

Si, es cierto, los temores circulan y no sin motivo. Yo también recibo montones de mensajes avisando que el "Fin del Mundo" está cerca.

Primero, parecía programado para el 2000, pero obtuvimos una prórroga que se termina ahora, en el 2012. !Y no es para menos! Los cataclismos se dan la mano con el default que amenaza a las primeras potencias mundiales. ¡Cuándo lo hubiésemos pensado!

Afortunadamente, tampoco falta quien analiza la historia, y nos recuerda que terremotos hubo siempre, y que los imperios, con o sin Tsunamis, nacen para morir, como todo en este mundo.

Sin embargo, más acá de los alarmistas y más allá de los conservadores, o sea, con o sin 2.012, el mundo cambia.

Los esquemas de los que nos sentíamos tan seguros están pidiendo una rápida adaptación activa a la realidad,. porque los modelos actuales no tienen mucho que ver con los de hace cincuenta años: Familia, pareja, sexualidad, trabajo, comunicación,

La familia, célula fundamental de la sociedad, para empezar, ha cambiado radicalmente. Lo fundamental, permanece, pero su conformación es distinta todo el tiempo. Es el lugar del que todos, con un poco de suerte, disponemos al llegar a este mundo. Aunque ahora, además de nuevos hermanos, llegan hermanos con los que sólo compartimos uno o, incluso, ningún padre. Y hablando de eso, también los padres y las madres cambian. Hay mamás “del corazón”, padres biológicos y de crianza, todos conviviendo, sino en perfecta armonía, al menos en relaciones que no son peores que las de antes.

Algunos nuevos integrantes no están porque llegaron, sino porque no se fueron nunca, como los bisabuelos, un género cada vez más numeroso.

Uno de los cambios, y no el menos importante, es que la vida se alarga, y necesitamos averiguar en qué queremos invertir ese premio que consiste en tener: ¡más tiempo!

Si, amigo mío, pertenecemos a la primera generación de viejos que se sienten jóvenes por dentro, con la mismas ganas que a los veinte, aunque, por supuesto, con la cabeza que cada uno supo conseguir.

Las parejas, como las familias, se recrean. Las hay fugaces, de una noche o sólo un rato. Las hay pensadas para durar pero no duran, y las hay que, sin querer, duran toda la vida -de uno de sus integrantes-.

También las instituciones se transforman. El matrimonio, por ejemplo, se hace más incluyente, pero restringe sus funciones. Es una nave a la que se sigue subiendo de a dos, pero ahora sin importar el género, y sin garantizar a sus pasajeros un viaje “de amor eterno”. Frase sólo posible de hallar en culebrones para nostálgicos y películas de los años cuarenta.

La sexualidad, en cambio, consiguió más prestigio y permanencia, y sí que dura hasta que la muerte nos separa... del propio cuerpo.

Las comunicaciones son, posiblemente, lo que más ha cambiado de aspecto. Ahora nos comunicamos de formas muy amplias y creativas, aunque, como antes, no nos entendemos.

Tantos cambios nos confunden, por eso es bueno llevar una brújula que nos impida perder el camino en la tormenta. Esa brújula son los amigos y la risa.

Ahora se pone la mirada en la meta, y perdemos de vista hasta nuestros propios pasos: ¡Si entre tanta gente no nos miramos los pies casi nunca!.

Los oídos, en cambio, están siempre abiertos, uno a cada lado, para permitirnos escuchar a los que van con nosotros.

Esos compañeros de ruta que, incluso cuando su camino es otro, permanecen en nuestros corazones.

Los reconocemos porque escuchan nuestros problemas sin cuestionarnos y, al final, nos reímos juntos.

Así que, amigo, yo que tú, no me preocuparía demasiado por esas terribles profecías acerca de que se termina el mundo. Al menos del que teníamos ¡No queda mucho!

Un abrazo grande de tu amiga de toda la vida:Mabel



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