sábado, 12 de febrero de 2011

Justificación de inasistencia

Querida Doro: Te estarás preguntando por qué falté sin avisar y te habrás preocupado mucho, pero tuve serios inconvenientes que me impidieron llegar. Estoy segura de que contaré con tu ayuda cuando hayas leído estas lineas y que aceptaras, además, realizar el favor que necesito pedirte. ¡PORFI!
Bueno, te cuento:
Me dirigía a nuestra reunión cuando reapareció el mismo ruido que había motivado la revisión de mi auto un rato antes y que ya te conté. Como estaba llegando un poquito tarde, pisé el acelerador. Vos me conocés y sabés como me gusta la puntualidad.
-“No es nada, señorita, seguramente metió mal un cambio. Apriete así y entra fácil. Vaya tranquila. Cualquier cosa me lo trae mañana y se lo reviso mejor”.
¡Malditos mecánicos! El desperfecto no sólo no desapareció, sino que de pronto me vi obligada a bajar la velocidad hasta detener la marcha. Qué tarados. Siempre se equivocan. ¡Y encima te tratan como a una fuera estúpida porque sos mujer! !Es que no se bancan ver a una mina en un buen auto!.ma
Decidí dejar enfriar el motor y probar nuevamente. Aprovecho para relajarme un poco. Prendo un cigarrillo y espero que no sea nada. …-¡Nada es lo que hay alrededor! –me digo, dejando vagar la mirada. Espero que arranque. Rezo para que esto ocurra mientras insisto con la llave, pero Dios hoy no atiende o no sabe nada de mecánica.
Bajo del auto para abrir el capot. Me asomo, pero salvo el olor a cable quemado no entiendo nada. El BMW es chino básico para mi. ¡Por qué habré vendido el fitito!
Voy a tener que pedir ayuda. Busco el celular, pero me doy cuenta de que mis desgracias aún no cesan. Seguramente olvidé retirarlo del cargador al salir, porque aquí no está. ¡Cuando más lo necesito!!Quién podrá ayudarme! Voy a tener que tragarme el orgullo y parar algún auto que me lleve hasta un teléfono público.
Tímidamente, exhibo el pulgar, pero parece que se terminaron los caballeros. Al menos por acá. Para colmo de males, está empezando a llover. ¿Por qué no paran? ¿Tengo pinta de chorra? Sin querer, me acerco mucho y uno de los desgraciados pasa muy cerca y, encima, me empapa.
Estoy furiosa. No puedo presentarme así en la Reunión de Directorio. ¡Si llego! Con rabia, vuelvo al auto para buscar algo con que limpiarme la ropa. Entonces, descubro que mi llavero duerme en el contacto y que cerré la puerta con el seguro puesto.
Inesperadamente, mi bronca desaparece para dar paso a la desesperación. Vuelvo a la carretera decidida a parar el próximo vehículo aunque tenga que tirarme adelante, pero tropiezo y caigo al piso ahí mismo. Cuando consigo levantarme estoy hecha un desastre. Una media rota abajo de la rodilla enmarca la hermosa mancha violeta que obtuve al tomar contacto violentamente con el asfalto. Allí se quedaron, también, los nueve centímetros del taco de mi sandalia izquierda.
¡¿Qué más necesita una mujer para terminar acurrucada contra el guardabarros, la cabeza escondida entre los brazos y llorando como una loca?! Por eso no lo escuché cuando se acercó. Recién noté su presencia cuando puso su mano sobre mi hombro. Él se había puesto en cuclillas y frente a frente, me miraba, pero en el contraluz, no alcancé a ver los detalles de su rostro.
No recuerdo si pensé o no pensé. La única idea que apareció en mi cabeza fue algo así como….
-¡Debo estar hecha un desastre!

Me ayudó a ponerme de pie. Entonces pude confirmar que su estatura superaba ampliamente la mía. No sé porque, pero esta sensación me reconfortó y lo seguí dócilmente. Sin embargo, me pareció que estaba divirtiéndose con mi tragedia y también lo odié por eso.
En dirección contraria a mi automóvil, mi salvador había detenido su vehículo. Ambos parecían hechos el uno para el otro. El color de su overol y el del viejo camión estaban uniformados por el polvo del camino. La suela de las botas parecían hechas con la misma goma de los neumáticos todo terreno, e incluso la nariz del hombre y la trompa del vehículo compartían la línea curva que dibujaba ambos perfiles.
Hubiera reído con las coincidencias, pero el mal humor me desbordaba
Sentí otra vez sus manos sobre mi cuerpo, al tomarme por la cintura para ayudarme a alcanzar la cabina.
Yo nunca había estado en un sitio semejante, pero al menos estaba seco y limpio. No habían adornos ni nada superfluo. Sí música. Y si no hubiera sido por el tema de moda hubiera podido suponer que el camión y su dueño acababan de salir de una máquina del tiempo traídos directamente de la Segunda Guerra Mundial. Él vio el asombro en mi rostro y comenzó a hablar para tranqulizarme.
Me explicó que era coleccionista y que se dirigía a una exposición en Mar del Plata. A mí no me interesaban demasiado los detalles técnicos con los que trataba de captar mi atención, pero su voz pausada y profunda me calmó. Al menos hasta que me topé con el espejo retrovisor, donde se reflejaba mi rostro surcado por las huellas del rimmel y las lágrimas. Él seguía leyendo mis pensamientos y pude comprobarlo cuando me acercó una caja con pañuelos descartables. Restregué mis mejillas evaluando los daños, que eran cuantiosos. Tenía el pelo hecho un desastre, y la blusa desgarrada a la altura del escote. Allí donde alguna vez estuvieron los botones, nuestras miradas se encontraron. Avergonzada, oculté las curvas que se insinuaban con mis manos. Involuntariamente, me había puesto colorada.
El hombre y el camión carraspearon para ponerse en marcha. Intenté acomodarme contra la ventanilla, pero unos bultos me lo impedían. Èl se excusó con una sonrisa encantadora, diciendo:
- Disculpe el desorden, pero no esperaba visitas.
Yo perdoné a mi salvador de todo corazón, acomodando mis piernas de forma que no lo molestaran al maniobrar los cambios.
Por fin había parado de llover. Sólo se escuchaba el ruido del motor en medio de la noche. Los dos estábamos callados. En el silencio, noté que la vibración del vehículo subía por mi cuerpo que presentía la cercanía del macho. ¡Maldita libido! ¡Buen momento elegía para calentarme!
Gemí. Sin querer, él había rozado con su mano el raspón en mi rodilla. Me dirigió un gesto interrogante y aunque lo entendí perfectamente, me puse colorada otra vez como si hubiese hecho una pregunta obscena.
–“No te comportes como una adolescente”- me ordené. El ya conducía hacia un costado del camino, mientras decía:
-Por acá tengo un botiquín.
Nos detuvimos. Entonces extendió su enorme cuerpo a través de la cabina para alcanzar una caja metálica que estaba arriba de mi cabeza. Tan cerca, su aroma me embriagó. El olor de alguna loción seca y millones de minúsculas feromonas penetraron en mis fosas nasales mientras comenzaba a humedecerme.
Preocupada, me pregunté si tenía puestos los protectores diarios o si también había olvidado eso.
Él, solícito, en ese momento me alcanzaba un trozo de gaza. Yo debía elegir entre tomarla y soltar mi blusa rota. El resolvió la situación iniciando por sí mismo la cura, al mismo tiempo que decía:
–Yo lo hago.
Y lo dejé hacer.
Metió uno de sus dedos en el agujero de mi media de nylon para agrandarlo y facilitar la higiene. Podía sentir su respiración pausada junto a mi pecho todo el tiempo que duró la curación. El vértigo me invadía. Los golpes de mi corazón eran tan fuertes que seguramente él podía escucharlos.
Me estaba contando acerca del curso de primeros auxilios que hizo en el ejército ruso. Yo ya no podía oír. Tomé la mano con la que intentaba adherir un trozo de cinta sobre la herida y la introduje bajo mi falda. Lo sentí titubear, sorprendido, por un instante, para aceptar enseguida mi iniciativa buscando ávidamente los sitios más intimos de mi cuerpo. Con la otra mano urgó dentro de mi blusa en pos de algo que ya antes había llamado su atención. Introdujo su lengua entre mis labios que se apartaron obedientes para recibirlo. Me subió la falda hasta la cintura y se desembarazó de los pantys y la tanga. Mi pubis lo aguardaba.
Buscó en sus pantalones. De pronto apareció en su mano, triunfante, un enorme pene herguido que introdujo en mí haciéndome gemir, pero ahora, de placer.
Alcancé a percibir, antes de diluírme definitivamente entre sus brazos, otra semejanza entre su vehículo y él. Entonces pensé:
-“Este hombre es un camión.”
Así que, querida Doro, esto que te cuento es lo que me pasó, y por eso no llegué a la reunión. Ahora estoy camino a una exposición de autos antiguos y, por el momento, no creo que vuelva. ¿Podés por favor contratar una grúa y recoger mi coche? Te llamé esta mañana, pero como no me respondiste, te dejé todos los datos en el celu. Claro, para contarte lo demás, por supuesto, tenia que escribirte.
Una última cosita: te pido por favor que rellenes una justificación de inasistencia en mi nombre y la presentes en personal. Inventales lo que quieras, por ejemplo que me abdujeron los extraterrestres, je je. Después mandame un mail para decirme que dijiste, yo te juro que no puedo pensar.
Te debo una, amiga, muuuuuuchas gracias, ya te la pagaré . Hasta la vuelta. Tu amiga Cris.

PD Soy la mujer más feliz del mundo, gordi!!!. Chaaaauuuuuuu…….

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1 comentario:

  1. Una justificación de inasistencia más que buena, eh!
    Esperemos que su amiga no se ponga envidiosa, ja ja ja

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