domingo, 27 de febrero de 2011

Cosa de locos

Querido hermanito:
Te estoy escribiendo esta carta, posiblemente la única por un tiempo largo. Estoy bastante embromado, me resulta difícil tener agarrada la birome y, como ves, mi letra es desastrosa. Ojalá puedas entenderla.
Espero también tener la cabeza bastante clara como para contarte acerca de los ùltimos acontecimientos que te explicarán porque estoy como estoy. Como ya sabés, cuando me daban las pastillas, en vez de tragarlas, las escondía abajo de la lengua y en cuanto el enfermero miraba para otro lado, chau, me las metía en la media. Total, acá si te portás bien no pasa nada. Me hacía el bueno y nadie se metía conmigo.
Alrededor del edificio están esos jardines tan lindos. Si no llueve, salgo temprano y me lo paso todo el día afuera, abajo de los árboles. Ahí pienso, me acuerdo de las buenas épocas, qué se yo.....Escribo, si tengo papel. Vuelvo para comer, nada más. Lo pasaba bastante bien dentro de todo.
Pero al final metí la pata y la arruiné...!No sé cómo pude confiarme así!. Pero bueno, ya está, y no puedo hacer nada. ¿Para qué me voy a torturar, no?
Te cuento, che: Todo empezó cuando apareció una médica nueva. El problema lo tuve con ella, pero no te creas, la culpa fue solamente mía, porque me olvidé la regla más importante del hospicio: un tordo es siempre un tordo y punto.
Pero esta tenía una carita preciosa y es muy joven y nos trataba muy bien. Por eso al final me descuidé. Si señor, me descuidé ¡y me lo esta cobrando la doctorcita! Aunque no le pago como me gustaria a mi, claro.
Como vez, ni aún en estos momentos pierdo el sentido del humor. Negro, como yo, pero humor al fin. ¡Cuando no me pueda reír de mis desgracias voy a estar frito!
Bueno, el asunto fue así: La mina empieza a tener entrevistas conmigo, como psiquiatra, me entendés, pero yo me la agarré para el lado de los tomates. Sin querer, te lo juro. Como no me veía en el consultorio me confundí. Fue eso, seguro. Todas las mañanas iba a buscarme abajo de los árboles y además se enteró de que escribo y me traía libros de poesía. Lo menos una hora pasábamos juntos. Imaginate. ¡Es linda, pibe, y uno estará loco pero sigue siendo hombre!.
Me escuchaba calladita, con mucha atención y esos ojos enormes tan abiertos. Empecé a contarle cosas de mi vida. Cada vez más íntimas. Lo único que no le conté fue lo de las pastillas. Eso lo dedujo sola, porque tonta no es.
Bueno, como te decía, empezamos con la poesía. Primero leía y después se me quedaba mirando con esa mirada que me da escalofríos. Entonces yo le chamullaba algo, como para romper el hielo, y ella me hacía que si con la cabeza.
Una vez le dije: -¿Quiere que yo le lea?
-Bueno, me contestó- y me dio el libro.
-No- respondí- y le mostré el cuaderno de poemas míos que me había animado a llevar.
-¿Escribís? ¡Qué bien! Leéme, Hernán.
¿Me entendés hermano? ¡Como para no confundirme! ¡Sabía mi nombre sin mirar la historia clinica!
Y leí. Leía y la espiaba. ¡Total, ya sabés, los versos me los aprendo de memoria!
Le gustaba escuchar, de eso, mirá, estoy recontraseguro. Por supuesto, me agrandé y pisé el acelerador. Fue mi perdición.
Le leí los de la “Serie Azul” –¿te acordás?- y seguí con los “Cósmicos”. Esos que escribí en India.
Ella me dice: -¡Qué espirituales! ¡Sos un místico, Hernán!
Y ahí sí terminé de entrar como un caballo. Linda, buena, espiritual y comprensiva: ¿Qué más se le puede pedir a una mujer?.
Empecé a hablarle de lo que vos ya sabés. De la Gran Sincronía Universal, de los mensajes divinos que no sabemos descifrar pero que están escritos en todos lados, de cómo cuando alguien dice “Yo soy Dios” en Occidente te internan en un manicomio y en India festejan “¡Por fin hermano te has dado cuenta!”. Y que eso lo lei en “El Arte de Sr Dios" de Alan Watts. Que lo material es pasajero y sin importancia y de como regalé todo y me fui a la mierda a meditar.
Entonces ella agarra y me pregunta: Hernán : ¿Vos creés que sos Dios?
Y yo, como venía embalado, le suelto lo que siento: - No, Irene, no creo –le digo- estoy seguro.
Entonces le explico del Logos Universal, del significado esotérico del bautismo y la comunión, es decir de la Común Unión de Dios con el hombre. Y creo que ahí trató de tirarme un cable, pero yo, qué gil, no la pesqué.
-Común-unión....un neologismo. Qué queremos decir cuando decimos “común unión!: ¿Que también formás parte de la religión de tus padres? ¿Tus padres eran creyentes?
Sin escuchar, le aclaré- No de una religión. La religión es el opio de los pueblos. Si yo digo “también” diría que hay muchas religiones y no es cierto. Hay una sola, la religión de la Verdad Interior ¿Me entendés? – le pregunté porque ya nos tuteábamos-.Ella no me contestó y yo seguí: -Porque Dios hay sólo Uno, que anima todo el Universo, y Yo Soy Ese, la Sagrada Presencia de Dios en mí. Yo Soy el Unico Dios que existe y los sacerdotes no ayudan a llegar a Dios porque son mercaderes de la angustia .
A estas alturas yo estaba entusiasmado como perro con dos colas. ¿Sabes cuanto hace que nadie me escucha?

Ella estaba quietita, mirándome. Te lo juro. Además de unos ojos hermosísimos y unas mejillas de rosas tiene un pelo de seda, un perfume que flota y cambia el ambiente a su alrededor.....
-¡Dios es Amor! -terminé diciendo.
¡Y ahí me cavé la fosa yo solito!. Porque agarré y le enchufé un beso en la boca.
¡Qué beso, flaco! No me lo olvido más. Ella no dijo nada. Pero nada, ¿he?. Se levantó , muy tranquila, se estiró el guardapolvo, se sacudió unas hojitas secas de la pollera y se fue.
La veía caminar derechita hacia la entrada del edificio y ¿Me podés creer si te digo que yo era el tipo más feliz del mundo? No sé cuánto hace que el bobo no me pateaba tan fuerte.
Mirá: si lo pienso por ese lado, valió la pena. ¿Sabés cuánto hace que no besaba a una mina? ¡Qué gil! Seguro menos de lo que voy a tardar ahora en hacerlo otra vez. Mirá, flaco, no me creas si no querés creerme, pero para mí, te lo juro, me correspondió. Ya sé, soy un chiflado, pero creo que le gustó.
Bueno, te sigo contando. Ese día no la vi mas y no pasó mas nada. Yo andaba como en pedo. ¡Si hubiera estado afuera cómo me hubieran cargado los muchachos! Pero acá todos andan volados (por no decir boludos) así que nadie se dio cuenta.
Esa noche no me pude dormir. Soñaba despierto. Cerraba los ojos y en mi cabeza la besaba y la besaba y la besaba. Y la volvia a besar. Creo que hasta casi me imaginaba escuchándola decir: - -¡No me importa que estés loco! ¡Yo te quiero igual! ¡Vámonos juntos adonde nadie nos conozca! ¡Vámonos lejos de este manicomio!

No sé que hora era cuando me dormí, pero me desperté temprano. Bajé al officce. El gordo López me alcanzó un mate. Después agarró la planilla y me largó:
- ¿Qué cagada te mandaste Hernancito? Te sacaron el permiso de paseo. ¡Chau parque!
Si te digo lo que hice, te miento, porque no me acuerdo. Algo bueno, seguro que no era. Solamente mucha bronca. Ahí nomás me agarraron entre López y el nuevo, que es un guacho de mierda y me encajaron la pichicata.
Cuánto estuve guardado tampoco sé. Solo, en la de peligrosos, viste. ¡Qué hijos de puta!
Encima se avivaron de que no me tragaba las pastillas, y ahora me dan las gotas en un vaso con agua y me lo hacen tomar delante de ellos sí o sí. Cada vez que te sacan para ver al psiquiatra te pregunta qué día es y como no te acordás te encanutan de nuevo.
Hoy cuando fue a buscarme, López me dijo: -Es jueves, boludo, y estamos en agosto.
Así, por suerte, pude pasar por la entrevista con el tordo gracias al dato que me tiró el chavón. Buen tipo. Le debo una.
También me contó que en mi historia clínica dice que se me repitieron los trastornos ezquizofrénicos con delirios mesiánicos y alucinaciones.
Del beso, nada y yo no dije nada tampoco. ¿Para qué? ¿Lo habré alucinado? No se. Para mi que a la piba le dio verguenza y por eso no lo puso. ¿A vos que te parece? Me gustaría que me escribas si tenés un rato.
Bueno, López me prestó la birome y me dio papel para la carta. Me contó que preguntaste por mí un par de veces. Ahora ya sabés por qué estuve guardado. No te preocupes y decile a mamá que estoy bien. Si no reciben noticias mías es porque la medicación me hace temblar mucho la mano y no puedo escribir.
Te quiero un montón, hermanito, y por favor no le cuentes esta historia a nadie sino querés que en el barrio te digan: -“¡Ahí va, el hermano del boludo!”
Un fuerte abrazo de tu hermano: El Loco Hernán

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viernes, 18 de febrero de 2011

Carta abierta a mi Ombligo


Querido Ombligo:

No sé por qué se me ha dado ahora por escribirte ahora, mitad de mí, mi centro, amigo de toda la vida.

Cuando mi hija era pequeña, le señalaba, en el medio de su redonda pancita rosada, el agujerito circular de su ombliguito, y le cuchicheaba en secreto: -¿Ves? Es la marca especial , compartida por toda nuestra familia. Y ella, asombrada, iba por la casa levantando camisetas y camisas, bajando pantalones y polleras para encontrar, sistemáticamente, la misma señal mágica.

Ahora pienso cuándo habrá descubierto el engaño, o si aún se considerará familiar de todo el mundo y a todo el mundo su pariente por compartir idéntica marca de fábrica.

A veces, cuando hablamos de temas profundos, cuando nos referimos a objetos universales o parciales, yo te recuerdo, Ombligo, porque en ti es donde me convierto en centro y parte del Universo, todo a la misma hora.

Ombligo de los flujos que me conforman, que me cierra y cerrándome se instituye como pequeño núcleo de la memoria, para que nunca olvide que una vez estuve abierta . Que soy toda, pero al precio de ser sólo una parte. ¿Guardas, Ombligo mío, ese secreto? La cicatriz que recuerda mi condición de fruta arrancada, semilla escondida por el lado de adentro de mi vientre hundido. Entiendo por qué El Buda te contempla. ¿Qué más somos que un agujero con alas atravesando el Universo en su recorrido al Nirvana? Llevaré tu nudo como una insignia ¿Lograré alguna vez soltarme de ti y fluir otra vez al Universo?

Porque tu naturaleza de ombligo es, fundamentalmente, la de interrumpir e intermediar.

A saber, entre el adentro que ahora soy, y el afuera que un día fui Entre los flujos que me recorren liberados desde y hacia ti. Cero de mis meridianos. Administrador de los recorridos ascendentes y descendentes de mis intenciones. Entre las necesidades y los permisos. Entre lo que sólo está allí y lo que está por ahora en mí. Nexo fundador que suelta. Me anudas para hacer posible mi emancipación, mi cierre, instituyendo los límites que me liberan. Por eso, eres mi padre justo y mi madre buena.

Eres mi Ombligo filosófico, confín de mi geografía y principio de mi historia.

Eres mi Ombligo ontológico, origen de la ausencia que genera mi existencia.

Mi Ombligo metafísico, porque yo no estoy pleno aquí si tú no estás vacío allí.

Inútil e imprescindible, como la poesía. La huella digital de Dios, en el medio de mi panza. Por lo tanto, inmortal.

Cuando yo muera, tu agujero se va a liberar, no morirá conmigo, será un sobreviviente. Y dependiendo del tamaño de mi alma –actualmente olvidado- hasta es posible que me acurruque para descansar un rato en la eternidad que habita en tu centro. Hasta algún otro sueño, en el que otro ombligo me arranque del infinito y me anude otra vez a la vida.

Pero para eso falta mucho. Por ahora, aprovecho la ocasión para agradecerte el esfuerzo de fundarme y mantenerme unido a este mundo, así como para hacerte llegar mis más cálidos saludos. Creo que por todo eso te escribo, pero no te preocupes, no espero tu respuesta. NN




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sábado, 12 de febrero de 2011

Justificación de inasistencia

Querida Doro: Te estarás preguntando por qué falté sin avisar y te habrás preocupado mucho, pero tuve serios inconvenientes que me impidieron llegar. Estoy segura de que contaré con tu ayuda cuando hayas leído estas lineas y que aceptaras, además, realizar el favor que necesito pedirte. ¡PORFI!
Bueno, te cuento:
Me dirigía a nuestra reunión cuando reapareció el mismo ruido que había motivado la revisión de mi auto un rato antes y que ya te conté. Como estaba llegando un poquito tarde, pisé el acelerador. Vos me conocés y sabés como me gusta la puntualidad.
-“No es nada, señorita, seguramente metió mal un cambio. Apriete así y entra fácil. Vaya tranquila. Cualquier cosa me lo trae mañana y se lo reviso mejor”.
¡Malditos mecánicos! El desperfecto no sólo no desapareció, sino que de pronto me vi obligada a bajar la velocidad hasta detener la marcha. Qué tarados. Siempre se equivocan. ¡Y encima te tratan como a una fuera estúpida porque sos mujer! !Es que no se bancan ver a una mina en un buen auto!.ma
Decidí dejar enfriar el motor y probar nuevamente. Aprovecho para relajarme un poco. Prendo un cigarrillo y espero que no sea nada. …-¡Nada es lo que hay alrededor! –me digo, dejando vagar la mirada. Espero que arranque. Rezo para que esto ocurra mientras insisto con la llave, pero Dios hoy no atiende o no sabe nada de mecánica.
Bajo del auto para abrir el capot. Me asomo, pero salvo el olor a cable quemado no entiendo nada. El BMW es chino básico para mi. ¡Por qué habré vendido el fitito!
Voy a tener que pedir ayuda. Busco el celular, pero me doy cuenta de que mis desgracias aún no cesan. Seguramente olvidé retirarlo del cargador al salir, porque aquí no está. ¡Cuando más lo necesito!!Quién podrá ayudarme! Voy a tener que tragarme el orgullo y parar algún auto que me lleve hasta un teléfono público.
Tímidamente, exhibo el pulgar, pero parece que se terminaron los caballeros. Al menos por acá. Para colmo de males, está empezando a llover. ¿Por qué no paran? ¿Tengo pinta de chorra? Sin querer, me acerco mucho y uno de los desgraciados pasa muy cerca y, encima, me empapa.
Estoy furiosa. No puedo presentarme así en la Reunión de Directorio. ¡Si llego! Con rabia, vuelvo al auto para buscar algo con que limpiarme la ropa. Entonces, descubro que mi llavero duerme en el contacto y que cerré la puerta con el seguro puesto.
Inesperadamente, mi bronca desaparece para dar paso a la desesperación. Vuelvo a la carretera decidida a parar el próximo vehículo aunque tenga que tirarme adelante, pero tropiezo y caigo al piso ahí mismo. Cuando consigo levantarme estoy hecha un desastre. Una media rota abajo de la rodilla enmarca la hermosa mancha violeta que obtuve al tomar contacto violentamente con el asfalto. Allí se quedaron, también, los nueve centímetros del taco de mi sandalia izquierda.
¡¿Qué más necesita una mujer para terminar acurrucada contra el guardabarros, la cabeza escondida entre los brazos y llorando como una loca?! Por eso no lo escuché cuando se acercó. Recién noté su presencia cuando puso su mano sobre mi hombro. Él se había puesto en cuclillas y frente a frente, me miraba, pero en el contraluz, no alcancé a ver los detalles de su rostro.
No recuerdo si pensé o no pensé. La única idea que apareció en mi cabeza fue algo así como….
-¡Debo estar hecha un desastre!

Me ayudó a ponerme de pie. Entonces pude confirmar que su estatura superaba ampliamente la mía. No sé porque, pero esta sensación me reconfortó y lo seguí dócilmente. Sin embargo, me pareció que estaba divirtiéndose con mi tragedia y también lo odié por eso.
En dirección contraria a mi automóvil, mi salvador había detenido su vehículo. Ambos parecían hechos el uno para el otro. El color de su overol y el del viejo camión estaban uniformados por el polvo del camino. La suela de las botas parecían hechas con la misma goma de los neumáticos todo terreno, e incluso la nariz del hombre y la trompa del vehículo compartían la línea curva que dibujaba ambos perfiles.
Hubiera reído con las coincidencias, pero el mal humor me desbordaba
Sentí otra vez sus manos sobre mi cuerpo, al tomarme por la cintura para ayudarme a alcanzar la cabina.
Yo nunca había estado en un sitio semejante, pero al menos estaba seco y limpio. No habían adornos ni nada superfluo. Sí música. Y si no hubiera sido por el tema de moda hubiera podido suponer que el camión y su dueño acababan de salir de una máquina del tiempo traídos directamente de la Segunda Guerra Mundial. Él vio el asombro en mi rostro y comenzó a hablar para tranqulizarme.
Me explicó que era coleccionista y que se dirigía a una exposición en Mar del Plata. A mí no me interesaban demasiado los detalles técnicos con los que trataba de captar mi atención, pero su voz pausada y profunda me calmó. Al menos hasta que me topé con el espejo retrovisor, donde se reflejaba mi rostro surcado por las huellas del rimmel y las lágrimas. Él seguía leyendo mis pensamientos y pude comprobarlo cuando me acercó una caja con pañuelos descartables. Restregué mis mejillas evaluando los daños, que eran cuantiosos. Tenía el pelo hecho un desastre, y la blusa desgarrada a la altura del escote. Allí donde alguna vez estuvieron los botones, nuestras miradas se encontraron. Avergonzada, oculté las curvas que se insinuaban con mis manos. Involuntariamente, me había puesto colorada.
El hombre y el camión carraspearon para ponerse en marcha. Intenté acomodarme contra la ventanilla, pero unos bultos me lo impedían. Èl se excusó con una sonrisa encantadora, diciendo:
- Disculpe el desorden, pero no esperaba visitas.
Yo perdoné a mi salvador de todo corazón, acomodando mis piernas de forma que no lo molestaran al maniobrar los cambios.
Por fin había parado de llover. Sólo se escuchaba el ruido del motor en medio de la noche. Los dos estábamos callados. En el silencio, noté que la vibración del vehículo subía por mi cuerpo que presentía la cercanía del macho. ¡Maldita libido! ¡Buen momento elegía para calentarme!
Gemí. Sin querer, él había rozado con su mano el raspón en mi rodilla. Me dirigió un gesto interrogante y aunque lo entendí perfectamente, me puse colorada otra vez como si hubiese hecho una pregunta obscena.
–“No te comportes como una adolescente”- me ordené. El ya conducía hacia un costado del camino, mientras decía:
-Por acá tengo un botiquín.
Nos detuvimos. Entonces extendió su enorme cuerpo a través de la cabina para alcanzar una caja metálica que estaba arriba de mi cabeza. Tan cerca, su aroma me embriagó. El olor de alguna loción seca y millones de minúsculas feromonas penetraron en mis fosas nasales mientras comenzaba a humedecerme.
Preocupada, me pregunté si tenía puestos los protectores diarios o si también había olvidado eso.
Él, solícito, en ese momento me alcanzaba un trozo de gaza. Yo debía elegir entre tomarla y soltar mi blusa rota. El resolvió la situación iniciando por sí mismo la cura, al mismo tiempo que decía:
–Yo lo hago.
Y lo dejé hacer.
Metió uno de sus dedos en el agujero de mi media de nylon para agrandarlo y facilitar la higiene. Podía sentir su respiración pausada junto a mi pecho todo el tiempo que duró la curación. El vértigo me invadía. Los golpes de mi corazón eran tan fuertes que seguramente él podía escucharlos.
Me estaba contando acerca del curso de primeros auxilios que hizo en el ejército ruso. Yo ya no podía oír. Tomé la mano con la que intentaba adherir un trozo de cinta sobre la herida y la introduje bajo mi falda. Lo sentí titubear, sorprendido, por un instante, para aceptar enseguida mi iniciativa buscando ávidamente los sitios más intimos de mi cuerpo. Con la otra mano urgó dentro de mi blusa en pos de algo que ya antes había llamado su atención. Introdujo su lengua entre mis labios que se apartaron obedientes para recibirlo. Me subió la falda hasta la cintura y se desembarazó de los pantys y la tanga. Mi pubis lo aguardaba.
Buscó en sus pantalones. De pronto apareció en su mano, triunfante, un enorme pene herguido que introdujo en mí haciéndome gemir, pero ahora, de placer.
Alcancé a percibir, antes de diluírme definitivamente entre sus brazos, otra semejanza entre su vehículo y él. Entonces pensé:
-“Este hombre es un camión.”
Así que, querida Doro, esto que te cuento es lo que me pasó, y por eso no llegué a la reunión. Ahora estoy camino a una exposición de autos antiguos y, por el momento, no creo que vuelva. ¿Podés por favor contratar una grúa y recoger mi coche? Te llamé esta mañana, pero como no me respondiste, te dejé todos los datos en el celu. Claro, para contarte lo demás, por supuesto, tenia que escribirte.
Una última cosita: te pido por favor que rellenes una justificación de inasistencia en mi nombre y la presentes en personal. Inventales lo que quieras, por ejemplo que me abdujeron los extraterrestres, je je. Después mandame un mail para decirme que dijiste, yo te juro que no puedo pensar.
Te debo una, amiga, muuuuuuchas gracias, ya te la pagaré . Hasta la vuelta. Tu amiga Cris.

PD Soy la mujer más feliz del mundo, gordi!!!. Chaaaauuuuuuu…….

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domingo, 6 de febrero de 2011

La receta de la felicidad

Querida amiga:

Seguramente te asombrarás al recibir estas lineas, pero te pido encarecidamente que no abandones su lectura. Te estoy escribiendo como último recurso, ya que, desde hace un tiempo, estoy padeciendo síntomas que parecen indicar una extraña enfermedad. No perderé tiempo en describirla ahora. Lo importante es que no me encuentro bien y necesito de tu auxilio porque eres la única que me puede ayudar en estas circunstancias.

Sí, después de tanto, tanto tiempo y tanto silencio, me veo obligado a reconocer, por fin, que sólo tú puedes brindarme lo que necesito. Te lo ruego, no ignores mi pedido.

Déjame contarte: por fin estoy decido a confesar toda la verdad. Te extraño y eso duele mucho. Es un ardor que me desborda y va más allá de la piel. Tu sombra transita las veredas que camino y hasta las baldosas me duelen cuando las piso. Tu recuerdo me oculta el sol, y cuando llega la mañana, la luz del día me hiere. Las horas son como plomo derretido chorreando sobre mi memoria y ni siquiera consigo señalar con alguna aproximación la fecha de tu partida. Imagina mi situación y apiádate de mí.

¡Todo es tan distinto ahora! Tu ausencia se fue haciendo presente poco a poco, hasta agobiarme con el peso de esta pena. Ya no soy el mismo de entonces. Algunas veces, todavía, evoco aquellos atardeceres, cuando la melancolía plegaba tus alas como un majestuoso manto. ¡Pero sólo ahora me doy cuenta! Recuerdo como permanecíamos unidos hasta la llegada de la primera estrella y como, recién entonces, recuperabas tu brillo que parecía contagiarse a toda la ciudad, que también brillaba. La magia nos envolvía y yo reía contigo. Pero la soledad siempre te quedaba pequeña y reclamabas la compañía de amigos...

Sí, lo se. Sé que algunos de ellos también son culpables de tu ausencia. Al menos en parte.

¡Cuantas veces respondían con ironías o bromas hirientes a tus inocentes observaciones!. Yo no soportaba tu ingenuidad y me abstenía de defenderte, temiendo quedar como un tonto. Prefería hacerte callar. Estaba mal, pero era tan joven, tan arrogante y tenía tanto miedo a mostrarme vulnerable. Comencé a construir un muro y a dejarte fuera.

Dialogar se transformó en discutir y la discusión en batalla. Fui encontrando las palabras adecuadas para derrotar a cada oponente. Poco me importaba si estabas de acuerdo o no.

Y seguramente, así, empecé a perderte.

Creía más inteligente mi pesimismo que tu esperanza. Mis razones que tus certezas. Mi orgullo que tu humildad. ¿Ves? No rehuyo mi parte. Sé que soy el principal responsable de mi estado y de tu ausencia. ¡Ahora que entiendo me arrepiento tanto!. No escuchaba tu invitación cuando abrías las ventanas de par. Preferí siempre la puerta que dice “Importante”. En el centro de mi vida, en el grueso lomo de un bibliorato oscuro, se podía leer: “Mis obligaciones”. Esa frase que repetía con insistencia era, para mí, un título de nobleza.

Si me hablabas de tus sueños, sonreía despectivamente. ¿De tu necesidad de afecto? Debilidad. ¿De belleza? Preguntaba el precio. Si proponías una aventura, pedías un poco de distracción: ¿Qué te respondía? ¡Pavadas! ¡Tonterías! Cosas de niños, inadecuadas para gente adulta. Pérdida de tiempo. ¿Una mascota? ¿Para qué? ¿No tengo ya suficientes preocupaciones? Los perros rompen todo, el pis de los gatos es hediondo, las tortugas son inútiles...

Si te permití leer poesías fue para, después, presumir por ello. La música también era la adecuada, esa que recomiendan los suplementos culturales del Domingo. La que debíamos sentarnos a escuchar, no la que impulsa a bailar.

Querías pintar cuadros abstractos, pero yo lo consideraba un disparate. ¿Como puede tener valor que alguien exprima un pomo de pintura sobre una tabla?. Puede hacerlo hasta un niño o un mono. Quisiste explicarme alguna vez que su valor era justamente ese, despertar al niño que todos tenemos dentro, pero deseché tu opinión como tantas otras veces: sin atender tu deseo.

Sin embargo, te permití elegir cada una de las láminas que cuelgan en las paredes de mi hogar y hasta las de mi despacho. En ese momento debí leer las señales, pero una vez más, fui un necio. Escogías siempre espacios abiertos: el cielo, el mar, la pradera. ¡Era tan obvio que terminarías huyendo del encierro al que te condenaba!. Pero una vez más, no pude verlo.

¡Si ni siquiera aceptaba tus sugerencias al elegir mi ropa! Que, por supuesto, debía ser clásica y correcta, no llamar la atención, no exponerme al ridículo. Ya sabes, siempre temí tan espantosamente el ridículo. Era la peor amenaza y sin embargo recién ahora entiendo cuan equivocado estuve siempre. Nunca supuse que el verdadero dolor sería tu ausencia.

¡Debí actuar de otra forma! ¡Tan distinta! No comimos suficientes postres ni helados ni caramelos. No fuimos bastante al cine o al teatro, ni a los conciertos de rock que te fascinaban. No te dejé estudiar guitarra, pensé que no tenías condiciones. No quise gastar el dinero -que tanto me costaba ganar- en flores, que se marchitan rápidamente, y a cambio nunca te permití olvidar el paraguas. Ahora, soy yo el marchito.

Cuando te despertabas y querías ver el amanecer, yo gruñía cubriendo mi cabeza con la almohada. Y si soy culpable de negar tu risa, qué diré de no permitir tus lágrimas. Lloran los niños, las mujeres y los homosexuales. Eso aprendí y sostuve sin cuestionar.

Como si hubiera seguido un plan meticulosamente trazado, hice todo lo necesario para alejarte de mi vida. Y lo conseguí. Me abandonaste. Ni siquiera sé cuando, exactamente. Creo que te fuiste haciendo cada vez más chiquita hasta desaparecer. Y entonces, un día, desperté solo.

¡Si eras tan pequeña! ¿Cómo pudiste dejar este vacío tan grande?

Aunque no se desde cuando, abandonar el lecho por la mañana se transformó para mí en una maldición. No me interesa nada, a pesar de tenerlo todo a mi disposición. Casi no me miro al espejo. No me gusto. Ni me gustan mis presumidos amigos y ni qué decir de mis pedantes colegas. ¿Pasear? No tengo ganas. ¿Estudiar? Me hacen falta tus motivos. ¿Trabajar? No necesito más dinero, y mi trabajo, como siempre me hiciste notar, no me gusta.

No se en qué momento perdí mi espíritu. Sólo se que no está. Hoy un médico dijo que es un problema común en esta época y que no me preocupe, que hay remedio. La ausencia del Alma se cura, afirmó, y me extendió una receta.

Miro el pedazo de papel garrapateado intentando ahuyentar esta fuerte tentación de borrar el dolor, porque no comprendo como alcanzarían todas las píldoras del mundo para llenar el hueco que deja un Alma cuando se marcha. Sin embargo, tampoco sé como hacerte regresar. Después se me ocurrió escribir esta carta como gesto de reconciliación para pedirte: Estés donde estés: ¡Perdóname y vuelve! Todo será diferente ahora.

Pintaremos juntos cuadros incomprensibles y usaré aquella ridícula camisa colorada aunque para encontrarla deba volver el mundo patas para arriba y aunque ya no esté de moda, igualmente me la pondré ¡Hasta para ir a la oficina!.

Cantaremos por la calle, comeremos sandía helada y tendremos olor a mandarinas en las manos. Diremos piropos a las muchachas . Jugaremos con los chicos y los perros en las plazas. Haremos barriletes e inflaremos globos para inundar el cielo con todos los colores del mundo. Trasnocharemos con los poetas. Marcharemos en contra de todas las guerras. Bailaremos en las veredas hasta que nos derrote el cansancio.

¡Vuelve, Alma querida!. Desterremos juntos a las balanzas, los ficheros, las críticas, los paraguas, los uniformes, los relojes, los balances, el malhumor, los horarios de la oficina, el desprecio, los exámenes reprobados, la raya del pantalón, el nudo de las corbatas, las categorías.

¡Déjame recuperar tu confianza! Esta vez no te fallaré. Si desde algún lugar me estás viendo, ya sabes que puedo llorar. Ven, y enséñame como reír de nuevo.

Acude a mí, aparta esta desidia insoportable, retorna al calor y el color, la rima, la curiosidad, la fantasía, la belleza en la pena, la generosidad, la melodía, los sueños, las palabras, la solidaridad, la esperanza, la alegría, el amor y la fe.

Apelo a tu bondad, Alma mía: Disculpa a este tonto. Perdona mis errores y sálvame para siempre de caer en la maldición del Prozac.

Arrepentido,

un amigo que te necesita.



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