domingo, 10 de abril de 2011

Objetivos: el que avisa no es traidor.




A quien corresponda:

Cuando somos jóvenes, en algún momento, se abren las puertas frente a nosotros y comienza la persecución.
En primer lugar, el amor. El amor de pareja, quiero decir.
Se lo persigue hasta que se le da caza. Entonces, comienza la decadencia. Sin embargo no importa, porque ya llegaron los hijos y se persiguen otras cosas: su bienestar, su futuro, dejarles un mundo mejor.
Enseguida nos damos cuenta de que eso tampoco es posible, porque ellos tienen sus propios objetivos.
Ahora sí podríamos sentirnos frustrados, pero los nietos ya están aquí. Lo único importante es la familia y creemos tener todo en orden.
Pero la familia también nos abandona. Los jóvenes se marchan lejos. A territorios extraños dibujados en algún mapa de algo. Países o ideas que no alcanzamos a visitar o comprender, por mucho que nos esforcemos.
Para entonces, ya estamos viejos y nos damos cuenta de que hemos perseguido muchas cosas todo el tiempo. Algunas con éxito, otras, inalcanzables; al menos para nosotros. Corrimos detrás y nada más llegar se nos escapaban.
Después, con un poco de suerte y reflexión, descubrimos que no constituían nuestra auténtica meta, y empezamos a preguntarnos acerca de esto escurriéndose entre los dedos.

Y por fin, entendimos que, desde el principio, sólo íbamos tras la vida.
Vida que gastamos perseguiendo hitos que ya no importan, porque estamos vivos y con eso alcanza.

Atte:

Vicente (soy el de la nuca que ves adelante)

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