domingo, 19 de junio de 2011

Querido hijo.

Querido hijo:
Recibo con mucha alegría tus cartas. Me regocija saber que estás prosperando en tu trabajo y agradezco tu hospitalidad, pero prefiero permanecer aquí, en este sitio.
Sé que te cuesta aceptar mi decisión, y por eso voy a explicarte sus motivos. No debes interpretarlos como una censura a tus elecciones, las cuales avalo totalmente, porque te crié con ese deseo: que seas capaz de decidir tu destino.
Quiero que sepas que la pobreza tiene algunas virtudes. Por ejemplo, nos salva de la codicia. Los pobres caminamos junto a los otros pobres: ¿qué podríamos envidiar de nuestros vecinos? ¿El trabajo inhumano? ¿El desempleo feroz? ¿La esposa avejentada prematuramente? ¿El marido borracho y golpeador? ¿La carrera delictiva de los hijos?
Claro que en las otras clases sociales también abundan desgracias, porque caracterizan a la condición humana, pero con dinero y poder es más fácil ocultarlas.
Entre nosotros, los pobres, todo está a la vista y a la intemperie.
Los ricos deben ocultar sus posesiones para protegerlas. ¡Tienen tantas cosas y tan buenas! Fácilmente encuentran en casa ajena algo para despertar su deseo.
Los pobres, en cambio, no desean, necesitan, y ya se sabe que la necesidad tiene cara de hereje. Se impone, no seduce. Además, a todos los pobres nos hace falta lo mismo, por eso nos resulta más fácil luchar juntos.
Las cosas bellas son caras, y nadie forzado a procurarse un pedazo de pan estaría dispuesto a invertir su tiempo en obtener cosas superfluas.
Como los pobres están libres de pecado, no construyen catedrales. Dios no necesita recordarles su presencia. Los pobres están tan seguros de El, como de un plato de sopa caliente. La fe de los pobres no tiene mérito, es nada más que hambre.
Para los ricos, en cambio, agradecer a Dios el pan de cada día sería una ironía. Reciben el pan y el jamón crudo, pero prefieren la comida light. No necesitan milagros. Rezar el Padrenuestro sería como tratar a Dios de panadero, y perdonar la deudas a sus deudores un sin sentido, porque de ellos viven.
¡Si lo que más aman en este mundo es ser acreedores!
Necesitan todo ese dinero para pagarle a muchos que trabajan acrecentando la fortuna sin la cual no podrían vivir.
A los pobres, en cambio, nos alcanza con estar secos y a cubierto.
¿Como van a tener fe en un Dios que les da todo y después les exige el reparto? Digan lo que digan, los ricos son siempre ateos y tienen sus corazones cerrados, aunque construyan Iglesias llenas de cosas brillantes. Para ser felices, necesitan templos dorados, santos policromos, un cielo lleno de ángeles, y la promesa de que la muerte les dará más de lo que les quita.

Para los pobres, hasta morirse es bueno, porque la muerte les ahorra incontables sufrimientos, mientras que, en cambio: !De cuántos placeres priva a los pobres ricos!
Cuando uno consigue comprender el mundo, hijo mío, comprende la Justicia Divina.
El quiere para nosotros el bien, y sabiendo que pocas posibilidades de errar tiene un pobre, es que hay cada vez más pobres y menos ricos en el mundo.
Piensa, hijo mío:
¿Qué puede inspirar un rico?
Nada bueno. Solo sus propios males: codicia, envidia, odio, competencia.
¿Qué pueden ofrecer? ¿Objetos? ¿Dinero? Eso les sobra, por lo tanto sus dádivas no tienen mérito.
Los pobres, en cambio, cuando dan, dan lo que necesitan. ¡Cuánta virtud! Sólo dar lo que no se tiene puede ser considerado como un gesto de amor. Cuando los ricos dan, dan aquello de lo que previamente se habían apropiado. Es un acto de arrepentimiento inspirado en el sentimiento de culpa o el temor. ¿Merece ser premiada esa mezquindad?
Son ellos los que deben agradecer al mendigo que al recibir sus monedas les alivia la carga.
¡Pobres ricos, que inspiran codicia, ambición, envidia!
¡Afortunados los pobres, que inspiran piedad, amor al prójimo, compasión!
Breves serán tus pecados y todos ellos perdonados hijo mío, si conservas la libertad que trajiste a este mundo.
Si atesoras bienes, ellos hundirán sus raíces en el sitio más cenagoso de tu alma. Hurtarán tu tiempo, absorberán tus pensamientos. Te invadirá el temor a perderlos y el deseo de reproducirlos.
Dios te libre de tanta desgracia. Elije la Justicia, no el poder. La espada en la mano derecha de la imagen de la Justicia representa a la razón, y la balanza que lleva en su mano izquierda a un corazón equilibrado. Sus ojos están cubiertos para que al ejercer sus actos esté mas atenta a lo que dicta su alma que a las tentaciones mundanas. Ahora que lo has logrado, sé que serás ese tipo de Juez que la Patria necesita. Hubo una fiesta en el pueblo cuando supimos de tu nombramiento. Lucha por dar lo mejor a tu familia, como yo traté de hacerlo contigo. No olvides que el estomago de un hombre se sacia con un solo plato, en cambio su curiosidad no se sacia nunca. Escoge bien, por lo tanto, los alimentos que ofrezcas.
Por otro lado, tampoco podría prescindir de mi trabajo. Mis niños son la alegría de cada mañana. Verlos es como volver a ver a mis propios hijos.
Mi trabajo como maestro me da todo lo que necesito material y espiritualmente.
¿Que falta poco para mi jubilación, dices? Por suerte, aún soy fuerte, y tarea no va a faltarme. Y aún así, antes sería necesario que un joven acepte mi puesto, lo cual, por la relación costo-beneficio, será muy difícil . No son muchos los que gustan de atravesar leguas de barro, en el mejor de los casos montado en el Paco que, por cierto, afortunadamente, está muy recuperado.
Todo esto ya lo sabes, pues lo repetí tantas veces. Sin embargo, no significa que no viajaré con gusto para verte. Simplemente quisiera disfrutar de y de tu familia sin discusiones acerca de mi futuro, que ya está decidido.
Te ama en la distancia: Tu padre.
pd: Que tengas un feliz día junto a los tuyos.
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Querido hijo by Ada Fanelli is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en oficinadecorreos.blogspot.com.

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