martes, 27 de diciembre de 2011

Buena Acción

Señor Doctor: 
                      Hoy es Nochebuena y en mi pueblo tenemos la tradición de hacer una buena acción desinteresada en estas fechas. Yo lo escogí como beneficiario. Seguramente no se acuerda de mí, pero yo sí de Ud. y esta carta es mi regalo de Navidad.
El Sábado a la noche estaba dando una vuelta por la Plaza del Carmen, tratando de ganarme la vida diciendo la Buenaventura y hechando las cartas, que es lo que sé hacer para vivir. Toda la gente parecía contenta y risueña.
En una de las mesas, bastante atrás y como escondida, estaba una señora muy bonita, pero con la cara más triste que vi en mi vida. Cuando le ofrecí adivinar su futuro, se le llenaron los ojos de lágrimas y ahí sí que, de veritas, se me partió el corazon del todo. Pobrecita, tan joven, tan linda, tan elegante y al parecer, sin esperanzsas en el porvenir. Saqué mis naipes, que nunca mienten, y traté de animarla un poco. Tengo mi arte, y lo fui consiguiendo. Se sonreía escuchando mis aciertos y hasta me contó algunas de las cosas que yo ya había notado.
Una gitana vieja necesita saber mucho sobre los demás para seguir andando. El brillo de una mirada puede mostrarle si es buena gente o si puede ser una amenaza. Su señora es muy buena, aunque no es feliz, y es raro, porque la gente que no es feliz también, poco a poco, se va haciendo gruñona y antipatica, pero ella no.
¿Se preguntó alguna vez por esa tristeza? Usted es su marido, tendria que preocuparse por saberlo. Si, si, ya se, todavía escucho las palabras que usó conmigo:
-¡Vieja ignorante y mentirosa, deje de molestar a la gente!.
Entonces a su señora se le vió la pena en la cara otra vez, y se notaba a las claras que sentía vergüenza. Por eso me levanté y me fui calladita, pero antes llegué a escucharlo:
-¡Sonia!! No me esperaba esto de vos. Sos mi mujer, la mujer del Dr. Montalbán, tengo un prestigio que cuidar, y con estas actitudes lo ponés en riesgo. Esa vieja es una charlatana. ¿Qué puede decirte una ignorante que no sabe nada de la vida?.

Y bueno, mire, se le voy a reconocer, evidentemente, vieja soy y charlatana también. Al fin y al cabo, me gano la vida hablando. !Pero de ahì a no saber nada!... ¡No señor! De ninguna manera. ¡No se imagina cuántas cosas aprende uno echando las cartas! Eso, claro, si aprendió a escuchar.
Llevo mucho tiempo en el camino. Mi Madre me dió a luz en el carromato donde todavía vivo y donde también parí a mis hijos. No fui a la escuela y sé poner mi firma, porque una vez una mujer muy buena -bastante parecida a su Señora, ahora que lo pienso- tuvo la voluntad de enseñarme. Pero nosotros no estamos mucho en ningún sitio, así que las lecciones se interrumpieron pronto. Esto que lee, se lo estoy diciendo a un vecino que me hace el favor de escribirlo.
Y como no se leer en los libros, no tengo más remedio que leer en las caras, como le iba diciendo, y en los naipes, que me cuentan muchas cosas. Pero más todavía aprendo de la gente cuando pide la buenaventura. Casi todos piensan que soy una ignorante, y por eso no ponen demasiado cuidado cuando hablan conmigo.
Me dicen cosas sin notarlo: miedos y deseos, pasado, presente y futuro. Creen que lo adivino, cuando en sus preguntas están sus respuestas, y en sus negativas sus afirmaciones.
“¡Dime de qué presumes y te diré de qué careces!”, repetía mi abuela al enseñarme las artes ocultas.
Los intereses de la gente no son tantos: amor, dinero, salud y obtener justicia.
El amor interesa a todos aunque se crea cosa de mujeres. Los varones son los más preocupados, aunque dan muchos rodeos. Por ejemplo, preguntan por el dinero, pero enseguida descubren sus auténticos intereses.
Muchos quieren alagar a alguna dama esquiva, pero riqueza y amor no se llevan bien. Obtener un favor con regalos invalida lo obtenido. Pronto, él cree que la bella dama miente como él lo hizo al presentarse ricamente adornado para ocultar miserias y tribulaciones. Tanto se convence, que termina por convencerla a ella, quien, sin embargo, hubiera podido encontrar otros méritos para amarlo.
No saben los hombres que a las mujeres nada les importa la fortuna cuando son bien queridas, pero que cuando no lo son, no hay fortuna que alcance a colmarlas.
Por eso no es conveniente ir al encuentro del amor, sino esperar a que él nos encuentre.
Créame que un hombre está muy desesperado y ha caido muy profundo cuando consulta a una gitana, porque los hombres, Dr., sufren más por el amor que nosotras las mujeres y eso es fácil de entender. Cuando un hombre obtiene a una mujer, no necesita resignar otras cosas de su vida. En cambio, una mujer, para vivir el amor, debe dejar mucho de lado, aunque lo haga con alegría.
Por eso, cuando el amor termina, un hombre pierde aquello que consideraba suyo y en cambio la mujer recupera lo que había resignado.

En cuestiones de dinero, la gente siempre sufre. Sufre cuando no lo tiene, pero más aún sufre si lo posee, porque entonces teme perderlo. Así, todos son pobres al no comprender que la felicidad consiste en dejar ir para recibir de nuevo. ¿Quién sería tan tonto como para llevar una bolsa llena de cosas cuando va a la feria? ¿Que podría cargar en ella, si ya está repleta?
En temas de justicia, todos temen ser traicionados. Parece mentira, pero la gente necesita preocuparse más por la honestidad de los abogados que defienden sus causas que por la de los jueces que las juzgan.
Y así va el mundo, Señor. Nadie cuida a nadie. En materia del amor, que alguien lo quiera a uno, parece demostrar su falta de inteligencia, y por lo tanto, de méritos para ser amado. Por eso, nos condenamos a querer sólo a quien nos rechaza.
La fortuna, si la tenemos, creemos que se debe a una racha de buena suerte, y si no la tenemos, para qué vamos a esforzarnos.
La salud, por supuesto, solo preocupa cuando es necesario recuperarla.
Ud. mismo, Dr., cree perder sus meritos debido a la conducta frivola de su mujer, sin notar cuántos méritos le faltan para hacerla feliz. Ojalá recapacite a tiempo y cambie.
Esto es lo que una vieja como yo sabe y comparte.
Seguramente, es mucho menos de lo que sabe Ud., pero, sin embargo, esta pobre vieja le lleva una gran ventaja: puede aceptar el amor de cualquiera porque no tiene prestigio alguno para perder. Dayra Luz.

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