sábado, 30 de julio de 2011

Reconciliación

Amigo:

Me parece tan raro escribirte que ni siquiera sé qué poner en el encabezamiento de esta carta. ¿Mi amor? Ya no lo siento. ¿Querido? Menos. Decías que éramos compañeros porque compartíamos el pan, y eso ya tampoco ocurre. Ahora nadie comparte el pan conmigo, y yo compro en la panadería el que consumo. No es tan romántico, pero duele menos.
Con el correr del tiempo tu imagen fue perdiendo las aristas agudas y la textura áspera. No sin esfuerzo conseguí emigrar de esa parte de mi historia donde vive tu recuerdo. Así que, ahora por fin, puedo usar la palabra “amigo” sin sufrir.
Te escribo para contarte que nuestra hija está de novia. Me hubiera gustado compartir con vos todo esto como un día lo pensé (lo pensamos). La vida, sin embargo, nos llevó por otros rumbos y ni siquiera estoy segura de que esta carta llegue a tus manos, porque la dirección que tengo es también muy antigua. Tal vez ya no vivas ahí, pero no importa, te escribo, simplemente, porque hacerlo me hace sentir bien.

Hoy, cuando llegué a casa, descubrí que algunos de mis tesoros habían sido saqueados.
Amarillos y arrugados como nosotros mismos, arrancados de un largo sueño, desparramados sobre la mesa del comedor, estaban aquellos poemas que un día escribiste y yo supe guardar.
La mano pálida y suave de nuestra hija era la responsable del desorden. Estaba inclinada sobre los papeles cuando notó mi presencia. Entonces levantó su rostro –que te aseguro es tan bello como lo soñábamos- y me devolvió la mirada. Apenas suspendida en el borde de una de sus pestañas, había una lágrima redonda y brillante que se balanceaba, ya a punto de caer, sobre una de sus mejillas. La secó rápida y disimuladamente, e hicimos de cuenta que nada pasaba.
Êl no es uno de esos muchachitos desmañados que con frecuencia la acompañaban al volver de la facultad y cuyo mayor objeto de interés parecía estar siempre en las profundidades de la heladera que saqueaban sistemáticamente.
No. Ahora un hombre está enamorado de nuestra hija. Le envía flores y poemas, la acecha, la quiere mujer y ella tiene miedo. La asusta esa actitud desconocida, tanta convicción.
No sé que destinos la llevaron a hurgar entre mis recuerdos, pero allí está, rodeada por las palabras con que cubrías mi vientre cuando ella lo habitaba...
Versos escritos hace mucho tiempo por alguien que nos amó a las dos.
Ella no lo sabía. Sólo tenía de aquél hombre recuerdos olvidables, reproches, gestos despectivos, frialdad, mal humor y por fin el abandono del que fuimos víctimas las dos.
Juntas, aceptamos los hechos y poco a poco la ausencia se fue reparando con los hilvanes del silencio.
Tu imagen se diluyó en los dinteles de esta casa donde nunca más hubo hombres hasta ahora, cuando nuevamente alguien, en masculino y singular, está tocando a la puerta.
Los ojos de nuestra niña están húmedos y agrandados por el asombro.
Junta los papeles, los dobla y los coloca otra vez en la caja que por fin deposita sobre mi falda.
Me mira y dice:
-Cuando me reciba le voy a decir que sí, mamá. –y ambas sabemos a qué se refiere-
Enseguida, tan atropellada como siempre, cambia de tema y pregunta:
-¿Querés tomar mate, ?
Yo acepto en silencio, porque tengo un nudo en la garganta. Mientras ella va hacia la cocina, yo me dirijo al dormitorio para guardar la caja con tus poemas, mis poemas, nuestros poemas, y reflexiono:
-¡Tantos años! Muchas veces estuve apunto de romper estos papeles amarillos, o de prenderles fuego, impulsada por la rabia, por el dolor o para evitar la tristeza de recordarte. Pero, por otro lado, son lo único que tengo de entonces y dudé. Por fin, ganó la vida que corre presurosa y quedaron olvidados en el fondo de algún mueble, desde donde hoy nuestra hija los rescató.
Ahora, después de tantos años, mientras te escribo, vuelvo a escuchar tu voz. Muy serio y algo impaciente con mis lágrimas dijiste aquella, la última vez: ¿Te acordás?
-No llores, hay que aceptarlo: nada se puede hacer cuando se acaba el amor.
Yo sabía que no era cierto, que lo que sentimos no podía terminar así como así nomás, pero los argumentos nunca fueron mi fuerte y callé. Ahora, mirá por donde, la vida viene, me sorprende y me da la razón. Ahí, refugiadas, en el fondo de una caja, quedaron tus palabras aguardando la ocasión propicia para volver a vivir.
Hice bien en conservarlas, después de todo.
Ahora, nuestra hija sabe que, en su origen, hubo una hermosa historia de amor.
Tu ex.

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