viernes, 18 de febrero de 2011

Carta abierta a mi Ombligo


Querido Ombligo:

No sé por qué se me ha dado ahora por escribirte ahora, mitad de mí, mi centro, amigo de toda la vida.

Cuando mi hija era pequeña, le señalaba, en el medio de su redonda pancita rosada, el agujerito circular de su ombliguito, y le cuchicheaba en secreto: -¿Ves? Es la marca especial , compartida por toda nuestra familia. Y ella, asombrada, iba por la casa levantando camisetas y camisas, bajando pantalones y polleras para encontrar, sistemáticamente, la misma señal mágica.

Ahora pienso cuándo habrá descubierto el engaño, o si aún se considerará familiar de todo el mundo y a todo el mundo su pariente por compartir idéntica marca de fábrica.

A veces, cuando hablamos de temas profundos, cuando nos referimos a objetos universales o parciales, yo te recuerdo, Ombligo, porque en ti es donde me convierto en centro y parte del Universo, todo a la misma hora.

Ombligo de los flujos que me conforman, que me cierra y cerrándome se instituye como pequeño núcleo de la memoria, para que nunca olvide que una vez estuve abierta . Que soy toda, pero al precio de ser sólo una parte. ¿Guardas, Ombligo mío, ese secreto? La cicatriz que recuerda mi condición de fruta arrancada, semilla escondida por el lado de adentro de mi vientre hundido. Entiendo por qué El Buda te contempla. ¿Qué más somos que un agujero con alas atravesando el Universo en su recorrido al Nirvana? Llevaré tu nudo como una insignia ¿Lograré alguna vez soltarme de ti y fluir otra vez al Universo?

Porque tu naturaleza de ombligo es, fundamentalmente, la de interrumpir e intermediar.

A saber, entre el adentro que ahora soy, y el afuera que un día fui Entre los flujos que me recorren liberados desde y hacia ti. Cero de mis meridianos. Administrador de los recorridos ascendentes y descendentes de mis intenciones. Entre las necesidades y los permisos. Entre lo que sólo está allí y lo que está por ahora en mí. Nexo fundador que suelta. Me anudas para hacer posible mi emancipación, mi cierre, instituyendo los límites que me liberan. Por eso, eres mi padre justo y mi madre buena.

Eres mi Ombligo filosófico, confín de mi geografía y principio de mi historia.

Eres mi Ombligo ontológico, origen de la ausencia que genera mi existencia.

Mi Ombligo metafísico, porque yo no estoy pleno aquí si tú no estás vacío allí.

Inútil e imprescindible, como la poesía. La huella digital de Dios, en el medio de mi panza. Por lo tanto, inmortal.

Cuando yo muera, tu agujero se va a liberar, no morirá conmigo, será un sobreviviente. Y dependiendo del tamaño de mi alma –actualmente olvidado- hasta es posible que me acurruque para descansar un rato en la eternidad que habita en tu centro. Hasta algún otro sueño, en el que otro ombligo me arranque del infinito y me anude otra vez a la vida.

Pero para eso falta mucho. Por ahora, aprovecho la ocasión para agradecerte el esfuerzo de fundarme y mantenerme unido a este mundo, así como para hacerte llegar mis más cálidos saludos. Creo que por todo eso te escribo, pero no te preocupes, no espero tu respuesta. NN




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